La Vuelta de Martin Fierro Capitulo 12: EL HIJO MAYOR DE MARTIN FIERRO LA PENITENCIARIA Aunque el gajo se parece Al árbol de donde sale, Solía decirlo mi madre, Y en su razón estoy fijo: "Jamás puede hablar el hijo Con la autoridad del padre". Recordarán que quedamos Sin tener donde abrigarnos, Ni ramada ande ganarnos, Ni rincón ande meternos, Ni camisa que ponernos. Ni poncho con que taparnos. Dichoso aquel que no sabe Lo que es vivir sin amparo; Yo con verdá les declaro, Aunque es por demás sabido, Dende chiquito he vivido En el mayor desmparo. No le mermam el rigor Los mesmos que le socorren; tal vez porque no se borren Los decretos del destino, De todas parten lo corren Como ternero dañino. Y vive como los bichos Buscando alguna rendija; El güerfano es sabandija Que no encuentra compasión, Y el que anda sin dirección Es guitarra sin clavija. Sentiré que cuanto digo A algún oyente le cuadre. Ni casa tenía, ni madre, Ni parentela, ni hermanos; Y todos limpian sus manos En el que vive sin padre. Lo cruza éste de un lazazo Lo abomba aquél de un moquete, Otro le busca el cachete, Y, entre tanto soportar, Suele a veces no encontrar Ni quien le arroje un zoquete Si lo recogen, lo tratan Con la mayor rigidez; Piensan que es mucho tal vez, Cuando ya muestra el pellejo, Si le dan un trapo viejo Pa cubrir su desnudez. Me crié, pues, como les digo, Desnudo a veces y hambriento; Me ganaba mi sustento, Y ansí los años pasaban; Al ser hombre me esperaban Otra clase de tormentos. Pido a todos que no olviden Lo que les voy a decir; En la escuela del sufrir He tomado mis leciones, Y hecho muchas reflesiones Dende que empece a vivir. Si alguna falta cometo La motiva mi inorancia; No vengo con arrogancia Y les diré, en conclusión, Que trabajando de pión Me encontraba en una estancia. El que manda siempre puede Hacerle al pobre un calvario; A un vecino propietario Un boyero le mataron, Y aunque a mí me lo achacaron Salió cierto en el sumario. Piensen los hombres honrados En la vergüenza y la pena De que tendría el alma llena Al verme, ya tan temprano, Igual a los que sus manos Con el crimen envenenan. Declararon otros dos Sobre el caso del dijunto, Mas no se aclaró el asunto, Y el Juez, por darlas de listo, "Amarrados como un Cristo", Nos dijo, "irán todos juntos". "A la justicia ordinaria Voy a mandar a los tres." Tenia razón aquel Juez, Y cuantos ansí amenacen; Ordinaria... es como la hacen: Lo he conocido después. Nos remitió, como digo, A esa Justicia Ordinaria, Y juimos con la sumaria A esa cárcel de malevos Que, por un bautismo nuevo, Le llaman Penicentiaria. El porqué tiene ese nombre Naides me lo dijo a mí, Mas yo me lo esplico ansí: Le diran Penitenciaria Por la penitencia diaria, Que se sufre estando allí. Criollo que cai en desgracia Tiene que sufrir un poco; Naides lo ampara tampoco Si no cuenta con recursos. El gringo es de más discurso: Cuando mata, se hace el loco. No sé el tiempo que corrió En aquella sepoltura; Si de ajuera no lo apuran, El asunto va con pausa; Tienen la presa sigura Y dejan dormir la causa. Inora el preso a que lado Se inclinará la balanza, Pero es tanta la tardanza Que yo les digo por mí: El hombre que dentre allí Deje ajuera la esperanza. Sin perfecionar las leyes Perfecionan el rigor; Sospecho que el inventor Habrá sido algún maldito: Por grande que sea un delito, Aquella pena es mayor. Eso es para quebrantar El corazón mas altivo; Los llaveros son pasivos, Pero más secos y duros Tal vez que los mesmos muros En que uno gime cautivo. No es en grillo ni en cadenas En lo que usté penará, Sino en una soledá Y un silencio tan projundo, Que parece que en el mundo Es el único que está. El más altivo varón Y de cormillo gastao Allí se verá agobiao Y su corazón marchito, Al encontrarse encerrao A solas con su delito. En esa cárcel no hay toros, Allí todos son corderos; No puede el más altanero, Al verse entre aquellas rejas, Sino amujar las orejas Y sufrir callao su encierro. Y digo a cuantos inoran El rigor de aquellas penas, Yo, que sufrí las cadenas Del destino y su inclemencia: Que aprovechen la esperencia Del mal en cabeza ajena. !Ay! madres, las que dirigen Al hijo de sus entrañas, No piensen que las engaña, Ni que les habla un falsario Lo que es el ser presidiario No lo sabe la campaña. Hijas, esposas, hermanas, Cuantas quieren a un varón, Díganles que esa prisión Es un infierno temido, Donde no se oye más ruido Que el latir del corazón. Alla el día no tiene sol, La noche no tiene estrellas; Sin que le valgan querellas Encerrao lo purifican, Y sus lágrimas salpican En las paredes aquellas. En soledá tan terrible De su pecho oye el latido; Lo sé, porque lo he sufrido, Y, creameló el aulitorio, Tal vez en el purgatorio Las almas hagan más ruido. Cuentan esas horas eternas Para más atormentarse; Su lágrima al redamarse Calcula, en sus afliciones, Contando sus pulsaciones, Lo que dilata en secarse. Allí se amansa el más bravo, Allí se duebla el más juerte; El silencio es de tal suerte Que, cuando llegue a venir, Hasta se le han de sentir Las pisadas a la muerte. Adentro mesmo del hombre Se hace una revolución: Metido en esa prisión, De tanto no mirar nada, Le nace y queda grabada La idea de la perfección. En mi madre, en mis hermanos, En todos pensaba yo; Al hombre que alli dentró De memoria más ingrata, Fielmente se le retrata Todo cuanto ajuera vió. Aquel que ha vivido libre De cruzar por donde quiera, Se aflige y se desespera De encontrarse allí cautivo: Es un tormento muy vivo Que abate la alma más fiera. En esa estrecha prisión, Sin poderme conformar, No cesaba de esclamar: !Qué diera yo por tener Un caballo en que montar Y una pampa en que correr! En un lamento constante Se encuentra siempre embretao; El castigo han inventao De encerrarlo en las tinieblas, Y alli esta como amarrao A un fierro que no se duebla. No hay un pensamiento triste Que al preso no lo atormente; Baja un dolor permanente Agacha al fin la cabeza, Porque siempre es la tristeza Hermana de un mal presente. Vierten lágrimas sus ojos, Pero su pena no alivia; En esa constante lidia Sin un momento de calma, Contempla con los del alma Felicidades que envidia. Ningún consuelo penetra Detrás de aquellas murallas; El varón de mas agallas, Aunque más duro que un perno, Metido en aquel infierno Sufre, gime, llora y calla. De juror el corazón Se le quiere reventar, Pero no hay sino aguantar Aunque sosiego no alcance. !Dichoso, en tan duro trance, Aquel que sabe rezar! !Dirige a Dios su plegaria El que sabe una oración! En esa tribulación Gime olvidado del mundo, Y el dolor es más projundo Cuando no halla compasión. En tan crueles pesadumbres, En tan duro padecer, Empezaba a encanecer Después de muy pocos meses; Alli lamenté mil veces No haber aprendido a leer. Viene primero el juror, Después la melancolia; En mi angustia no tenía Otro alivio ni consuelo, Sino regar aquel suelo Con lágrimas noche y día. !A visitar otros presos Sus familias solían ir! Naides me visitó a mí Mientras estuve encerrado. !Quien iba a costiarse allí A ver a un desamparado! !Bendito sea el carcelero Que tiene buen corazón! Yo sé que esta bendición Pocos pueden alcanzarla, Pues si tienen compasión Su deber es ocultarla. Jamás mi lengua podrá Espresar cuanto he sufrido; En ese encierro metido, Llaves, paredes, cerrojos Se graban tanto en los ojos Que uno los ve hasta dormido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mate no se permite; No le permiten hablar; No le permiten cantar Para aliviar su dolor, Y hasta el terrible rigor De no dejarlo fumar. La justicia es muy severa; Suele rayar en crueldá: Sufre el pobre que allí está Calenturas y delirios, Pues no esiste pior martirio Que esa eterna soledá. Conversamos con las rejas Por solo el gusto de hablar, Pero nos mandan callar Y es preciso conformarnos; Pues no se debe irritar A quien puede castigarnos. Sin poder decir palabra Sufre en silencio sus males, Y uno en condiciones tales, Se convierte en animal, Privao del don principal Que Dios hizo a los mortales. Yo no alcanzo a comprender Por que motivo será Que el preso privado está De los dones más preciosos Que el justo Dios bondadoso Otorgó a la humanidá. Pues que de todos los bienes, En mi inorancia lo infiero, Que le dió al hombre altanero Su Divina Majestá, La palabra es el primero, El segundo es la amistá. Y es muy severa la ley Que, por un crimen o un vicio, Somete al hombre a un suplicio El más tremendo y atroz, Privado de un beneficio Que ha recebido de Dios La soledá causa espanto; El silencio causa horror; Ese continuo terror Es el tormento más duro, Y en un presidio siguro Está demás tal rigor. Inora uno si de allí Saldrá pa la sepoltura; El que se halla en desventura Busca a su lao otro ser, Pues siempre es güeno tener Companeros de amargura. Otro más sabio podrá Encontrar razón mejor; Yo no soy rebuscador, Y ésta me sirve de luz: Se los dieron al Señor Al clavarlo en una cruz. Y en las projundas tinieblas En que mi razón esiste, Mi corazón se resiste A ese tormento sin nombre, Pues el honbre alegra al hombre Y el hablar consuela al triste. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Grábenlo como en la piedra Cuanto he dicho en este canto, Y, aunque yo he sufrido tanto, Debo confesarlo aquí: El hombre que manda allí Es poco menos que un santo. Y son güenos los demás (A su ejemplo se manejan), Pero por eso no dejan Las cosas de ser tremendas; Piensen todos y compriendan El sentido de mis quejas. Y guarden en su memoria Con toda puntualidá Lo que con tal claridá Les acabo de decir: Mucho tendran que sufrir Si no creen en mi verdá Y si atienden mis palabras No habrá calabozos llenos; Manejense como güenos; No olviden esto jamás; Aqui no hay razón de más; Mas bien las puse de menos. Y con esto me despido (Todos han de perdonar): Ninguna debe olvidar La historia de un desgraciado. Quien ha vivido encerrado Poco tiene que contar.
domingo, 3 de febrero de 2013
La Vuelta de Martin Fierro Capitulo 12:
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