domingo, 3 de febrero de 2013

El Gaucho Martin Fierro Capitulo 7:


El Gaucho Martin Fierro
Capitulo 7:
    De carta de más me vía
    sin saber a donde dirme;
    mas dijeron que era vago
    y entraron a perseguirme.

    Nunca se achican los males,
    van poco a poco creciendo,
    y ansina me vide pronto
    obligado a andar juyendo.

    No tenía mujer ni rancho
    y a más, era resertor;
    no tenía una prenda güena
    ni un peso en el tirador

    A mis hijos infelices
    pensé volverlos a hallar,
    y andaba de un lao al otro
    sin tener ni que pitar.

    Supe una vez por desgracia
    que habia un baile por allí,
    y medio desesperao
    a ver la milonga fuí.

    Riunidos al pericón
    tantos amigos hallé,
    que alegre de verme entre ellos
    esa noche me apedé.

    Como nunca, en la ocasión
    por peliar me dió la tranca.
    y la emprendí con un negro
    que trujo una negra en ancas.

    Al ver llegar la morena,
    que no hacía caso de naides,
    le dije con la mamúa:
    -Va...ca...yendo gente al baile.

    La negra entendió la cosa
    y no tardó en contestarme,
    mirándome como a un perro:
    -Mas vaca será su madre.-

    Y dentró al baile muy tiesa
    con más cola que una zorra,
    haciendo blanquiar los dientes
    lo mesmo que mazamorra.

    -!Negra linda!-... dije yo.
    -Me gusta... pa la carona-;
    y me puse a champurriar
    esta coplita fregona:

    -A los blancos hizo Dios,
    a los mulatos San Pedro,
    a los negros hizo el diablo
    para tizón del infierno.-

    Había estao juntando rabia
    el moreno dende ajuera;
    en lo escuro le brillaban
    los ojos como linterna.

    Lo conocí retobao,
    me acerqué y le dije presto:
    -Po...r...rudo que un hombre sea
    nunca se enoja por esto.

    Corcovió el de los tamangos
    y creyéndose muy fijo:
    -!Mas porrudo seras vos,
    gaucho rotoso!-, me dijo.

    Y ya se me vino al humo
    como a buscarme la hebra,
    y un golpe le acomodé
    con el porrón de ginebra.

    Ahi nomás pegó el de hollín
    mas gruñidos que un chanchito,
    y pelando el envenao
    me atropelló dando gritos.

    Pegué un brinco y abrí cancha
    diciéndoles: -Caballeros,
    dejen venir ese toro.
    solo nací... solo muero.

    El negro, después del golpe,
    se había el poncho refalao
    y dijo: -Vas a saber
    si es solo o acompañado.

    Y mientras se arremangó,
    yo me saqué las espuelas,
    pues malicié que aquel tío
    no era de arriar con las riendas.

    No hay cosa como el peligro
    pa refrescar un mamao;
    hasta la vista se aclara
    por mucho que haiga chupao.

    El negro me atropelló
    como a quererme comer;
    me hizo dos tiros seguidos
    y los dos le abarajé.

    Yo tenía un facon con S,
    que era de lima de acero;
    le hice un tiro, lo quitó
    y vino ciego el moreno;

    Y en el medio de las aspas
    un planazo le asenté,
    que lo largue culebriando
    lo mesmo que buscapié.

    Le coloriaron las motas
    con la sangre de la herida,
    y volvió a venir jurioso
    como una tigra parida.

    Y ya me hizo relumbrar
    por los ojos el chchillo,
    alcanzando con la punta
    a cortarme en un carrillo.

    Me hirvió la sangre en las venas
    y me le afirmé al moreno,
    dándole de punta y hacha
    pa dejar un diablo menos.

    Por fin en una topada
    en el cuchillo lo alcé,
    y como un saco de güesos
    contra un cerco lo largué.

    Tiró unas cuantas patadas
    y ya cantó pal carnero:
    nunca me puedo olvidar
    de la agonía de aquel negro.

    En esto la negra vino
    con los ojos como ají
    y empezó la pobre allí
    a bramar como una loba.
    yo quise darle una soba
    a ver si la hacía callar,
    mas pude reflesionar
    que era malo en aquel punto,
    y por respeto al dijunto
    no la quise castigar.

    Limpié el facón en los pastos,
    desate mi redomón,
    monté despacio y salí
    al tranco pa el ca˜nadon.

    Después supe que al finao
    ni siquiera lo velaron,
    y retobao en un cuero,
    sin rezarle lo enterraron.

    Y dicen que dende entonces,
    cuando es la noche serena
    suele verse una luz mala
    como de alma que anda en pena.

    Yo tengo intención a veces,
    para que no pene tanto,
    de sacar de allí los gũesos
    y echarlos al camposanto.
    Página del Martin Fierro
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