domingo, 3 de febrero de 2013

El Gaucho Martin Fierro Capitulo 9

El Gaucho Martin Fierro Capitulo 9


    Matreriando lo pasaba
    ya a las casas no venía;
    solía arrimarme de día,
    mas, lo mesmos que el carancho,
    siempre estaba sobre el rancho
    espiando a la polecía.

    Viva el gaucho que ande mal,
    como zorro perseguido,
    hasta que al menor descuido
    se lo atarasquen los perros,
    pues nunca le falta un yerro
    al hombre mas alvertido.

    Y en esa hora de la tarde
    en que tuito se adormece,
    que el mundo dentrar parece
    a vivir en pura calma,
    con las tristezas del alma
    al pajonal enderiece.

    Bala el tierno corderito
    al lao de la blanca oveja,
    y a la vaca que se aleja
    llama el ternero amarrao;
    pero el gaucho desgraciao
    no tiene a quien dar su oveja.

    Ansí es que al venir la noche
    iba a buscar mi guarida,
    pues ande el tigre se anida
    tmbién el hombre lo pasa,
    y no quería que en las casas
    me rodiara la partida.

    Pues aun cuando vengan ellos
    cumpliendo con su deberes,
    yo tengo otros pareceres,
    y en esa conduta vivo:
    que no debe un gaucho altivo
    peliar entre las mujeres.

    Y al campo me iba solito,
    más matrero que el venao,
    como perro abandonao
    a buscar una tapera,
    o en alguna vizcachera
    pasar la noche tirao.

    Sin punto ni rumbo fijo
    en aquella inmensidá,
    entre tanta escuridá
    anda el gaucho como duende;
    alli jamás lo sorpriende
    dormido, la autoridá.

    Su esperanza es el coraje,
    su guardia es la precaución,
    su pingo es la salvación,
    y pasa uno en su desvelo,
    sin más amparo que el cielo
    ni otro amigo que el facón.
    ..............................

    Ansí me hallaba una noche
    contemplando las estrellas,
    que le parecen más bellas
    cuanto uno es más desgraciao,
    y que Dios las haiga criao
    para consolarse en ellas.

    Les tiene el hombre cariño
    y siempre con alegría
    ve salir las Tres Marías;
    que si llueve, cuanto escampa,
    las estrellas son la guía
    que el gaucho tiene en la pampa.

    Aqui no valen dotores,
    sólo vale la esperiencia;
    aquí verían su inocencia
    esos que todo lo saben,
    porque esto tiene otra llave
    y el gaucho tiene su cencia.

    Es triste en medio del campo
    pasarse noches enteras
    contemplando en sus carreras
    las estrellas que Dios cría,
    sin tener mas compañía
    que su delito y las fieras.

    Me encontraba como digo,
    en aquella soledá,
    entre tanta escuridá,
    echando al viento mis quejas,
    cuando el grito del chajá
    me hizo parar las orejas.

    Como lunbriz me pegué
    al suelo para escuchar;
    pronto sentí retumbar
    las pisadas de los fletes,
    y que eran muchos jinetes
    conocí sin vacilar.

    Cuando el hombre está en peligro
    no debe tener confianza;
    ansí tendido de panza
    puse toda mi atención
    y ya escuche sin tardanza
    como el ruido de un latón.

    Se venían tan calladitos
    que yo me puse en cuidao;
    tal vez me hubieran bombiao
    y ya me venían a buscar;
    mas no quise disparar,
    que eso es de gaucho morao.

    Al punto me santigüé
    y eché de giñebra un taco;
    lo mesmito que el mataco
    le arroyé con el porrón;
    -si han de darme pa tabaco-,
    dije,-ésta es güena ocasión-.

    Me refalé las espuelas,
    para no peliar con grillos;
    me arremangué el calzoncillo,
    y me ajusté bien la faja,
    y en una mata de paja
    probé el filo del cuchillo.

    Para tenerlo a la mano
    el flete en el pasto até,
    la cincha le acomodé,
    y, en un trance como aquél,
    haciendo espaldas en él
    quietito los aguardé.

    Cuando cerca los sentí,
    y que ahi no más se pararon,
    los pelos se me erizaron
    y,aunque nada vían mis ojos,
    -no se han de morir de antojo-,
    les dije, cuando llegaron.

    Yo quise hacerles saber
    que alli se hallaba un varón;
    les conocí la intención
    y solamente por eso
    es que les gané el tirón,
    sin aguardar voz de preso.

    -Vos sos un gaucho matrero-
    dijo uno, haciéndose el güeno.
    -Vos mataste un moreno
    y otro en una pulpería,
    y aquí está la polecía
    que viene a ajustar tus cuentas;
    te va alzar por las cuarenta
    si te resistís hoy día.

    -No me vengan-, contesté,
    -con relación de dijuntos;
    esos son otros asuntos;
    vean si me pueden llevar,
    que yo no me he de entregar,
    aunque vengan todos juntos-.

    Pero no aguardaron más
    y se apiaron en montón;
    como a perro cimarrón
    me rodiaron entre tantos;
    ya me encomendé a los Santos,
    y eche mano a mi facón.

    Y ya vide el fogonazo
    de un tiro de garabina,
    mas quiso la suerte indina
    de aquel maula, que me errase,
    y ahi no más lo levantase
    lo mesmo que una sardina.

    A otro que estaba apurao
    acomodando una bola,
    le hice una dentrada sola
    y le hice sentir el fierro,
    y ya salió como el perro
    cuando le pisan la cola.

    Era tanta la aflición
    y la angurria que venían,
    que tuitos se me venían,
    donde yo los esperaba;
    uno al otro se estorbaba
    y con las ganas no vían.

    Dos de ellos que traiban sables
    mas garifos y resueltos,
    en las hilachas envueltos
    enfrente se me pararon,
    y a un tiempo me atropellaron
    lo mesmo que perros sueltos.

    Me fuí reculando en falso
    y el poncho adelante eché,
    y en cuanto le puso el pie
    uno medio chapetón,
    de pronto le di un tirón
    y de espaldas lo largué

    Al verse sin compañero
    el otro se sofrenó;
    entonces le dentré yo,
    sin dejarlo resollar,
    pero ya empezó a aflojar
    y a la pu...n...ta disparó.

    Uno que en una tacuara
    hbía atao una tijera,
    se vino como si juera
    palenque de atar terneros,
    pero en dos tiros certeros
    salió aullando campo ajuera.
    Por suerte en aquel momento
    venía coloriando el alba
    y yo dije: -Si me salva
    la Virgen en este apuro,
    en adelante le juro
    ser más güeno que una malva-.

    Pegué un brinco y entre todos
    sin miedo me entreveré;
    hecho ovillo me quedé
    y ya me cargo una yunta,
    y por el suelo la punta
    de mi facón les jugué.

    El más engolosinao
    se me apió con un hachazo;
    se lo quité con el brazo;
    de no, me mata los piojos;
    y antes de uqe diera un paso
    le eché tierra en los dos ojos.

    Y mientras se sacudiá
    refregándose la vista,
    yo me le fuí como lista
    y ahi no más me le afirmé,
    diciéndole: -Dios te asista-,
    y de un revés lo voltié.

    Pero en ese punto mesmo
    sentí que por las costillas
    un sable me hacía cosquillas
    y la sangre me heló;
    dende ese momento yo
    me salí de mis casillas.

    Di para atrás unos pasos
    hasta que pude hacer pie;
    por delante me lo eché
    de punta y tajos a un criollo;
    metió la pata en un hoyo,
    y yo al hoyo lo mandé.

    Tal vez en el corazón
    le tocó un Santo bendito
    a un gaucho, que pegó el grito
    y dijo:-!Cruz no consiente
    que se cometa el delito
    de matar a un valiente!-

    Y ahi no más se me aparió,
    dentrándole a la partida;
    yo les hice otra embestida
    pues entre dos era robo;
    y el Cruz era como lobo
    que defiende su guarida.

    Uno despachó al infierno
    de dos que lo atropellaron;
    los demás remoliniaron,
    pues íbamos a la fija,
    y a poco andar dispararon
    lo mesmo que sabandija.

    Ahí quedaron largo a largo
    los que estiaron la jeta;
    otro iba como maleta,
    y Cruz de atrás les decia:
    -Que venga otra polecia
    a llevarlos en carreta-.

    Yo junté las osamentas,
    me hinqué y les recé un Bendito,
    hice una cruz de un palito
    y pedí a mi Dios clemente
    me perdonara el delito
    de haber muerto tanta gente.

    Dejamos amotonaos
    a los pobres que murieron;
    no sé si los recogieron,
    porque nos fuimos a un rancho,
    o si tal vez los caranchos
    ahi no más se los comieron.

    Lo agarramos mano a mano
    entre los dos al porrón:
    en semejante ocasión
    un trago a cualquiera encanta;
    y Cruz no era remolón
    ni pijotiaba garganta.

    Calentamos los gargueros
    y nos largamos muy tiesos,
    siguiendo siempre los besos
    al pichel, y por mas señas,
    ibamos como cigüeñas
    estirando los pescuezos.

    -Yo me voy-, le dije,-amigo,
    donde la suerte me lleve,
    y si es que alguno se atreve,
    a ponerse en mi camino,
    yo seguiré mi destino,
    que el hombre hace lo que debe.

    -Soy un gaucho desgraciao,
    no tengo donde ampararme,
    ni un palo donde rascarme,
    ni un árbol que me cubije:
    pero ni aun esto me aflige
    porque yo sé manejarme.

    -Antes de cair al servicio,
    tenia familia y hacienda;
    cuando volví, ni la prenda
    me la habian dejao ya.
    Dios sabe en lo que vendrá
    a parar esta contienda.
    Página del Martin Fierro
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